Un nuevo ciclo y se repite esa historia que ha perseguido a un partido centenario. En esta ocasión, la victoria de Pedro Sánchez es una simple efeméride del viejo calendario socialista. Porque desde hace décadas, el PSOE evidenció que el socialismo español estaba profundamente dividido. Diría que muerto y bien enterrado. Y esa sepultura ornamental se la dieron oficialmente las primarias de este domingo. Porque hasta en su propio entierro, los socialistas quisieron aparentar lo que nunca fueron: pragmáticos, defensores de la cohesión territorial y, sobre todo, valientes y honrados. Miren su historia, la reciente y la pasada, y verán cuál ha sido el comportamiento del PSOE. Sí, su conducta y su responsabilidad en los momentos claves del país.
Un socialismo agónico, carente de dirigentes de talla política e intelectual -gana quien ignora lo que es una nación-, no podía ir a unas primarias que solo le valdrían para recibir la estocada final de su muerte. Pero, como digo, el PSOE siempre quiso aparentar lo que nunca fue. Más radical por la izquierda que los comunistas, más nacionalista que los independentistas y más antisistema que los majaderos de la CUP. Salvando muy poca cosa desde su fundación -por supuesto, al margen de la que afectó a las dos Españas-, nada desde la reinstauración democrática, así se escribe la historia del PSOE.
Desde la misma noche del 15 de junio de 1977, el PSOE ha sido lo que ahora vemos. Sí, desde esa fecha hasta nuestros días. Antes estuvo 40 años "desaparecido" en la lucha antifranquista y cuando volvió la democracia reapareció para aparentar. Y lo que queda de aquel partido que se fundó en 1879 es hoy un fantasma irrelevante para la política española.
Posiblemente la historia nos enseña que no hay ninguna institución humana que dure eternamente y el PSOE no tiene por qué ser una excepción. Incluso, en su desintegración hasta sus cuadros y dirigentes se pegaron por llevar el ataúd hasta la fosa.