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Carta de amor a los patios

Quiero escribirle una carta de amor a los patios. Y no sé si acertaré.

Carta de amor: "Carta de amor a los patios"

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Dan lugar a la Catedral de las flores. Tiene una composición única de capillas, que son los patios, separadas entre sí por varios metros, calles y hasta barrios enteros para formar una unidad común. No existe otra igual en el mundo. Gusta de escribirse con la de León, por aquello de la afinidad cromática entre las vidrieras y las flores, esta última, trapo y sorpresa también de corazones manchados y tristes. Pero son diferentes. Los colores de los patios tienen vida y quieren dar vida a todo el que los visita. La Catedral de las flores no se dedica a la trascendencia, su objeto es animar el alma mientras se pasea. Reconciliarnos, solamente, con el mundo en el que vivimos. Los patios son un refugio del alma. No es poco, por eso lo escribo.

Y es que bajando por Juan Rufo y pasando las rejas del patio del Palacio de Viana se llega a la calle Parras. Y aquí, muy cerca de la esquina, se puede ver el más hermoso. Flores de todas clases y colores te rodean y abrazan dándole un masaje a la espalda de tu ojo cansado. Y la dueña de la casa te espera en la puerta y te sonríe, dándose cuenta del feliz acontecimiento.

Y yendo por la calle del Coliseo de San Andrés, cine de verano inexplicablemente ideal para las tórridas noches del verano cordobés, acaba uno llegando al más sorprendente. Unas pocas macetas y flores presentan a la verdadera protagonista del patio, una pequeña piscina.

En el famoso patio de la calle Encarnación, cuando, sonriendo de ver tantas plantas, nos asomamos al patio a ver el cielo, se nos caen encima las buganvillas.

También, en el clásico barrio de San Basilio, podemos ver patios con varias plantas de flores y uno con la vieja muralla almohade asombrosamente adornada con tiestos, cumpliéndose que de las lanzas harán podaderas, mientras puede que un grupo de bellas vecinas con mucho salero te cante por sevillanas. Aquí lo suyo es venir de noche y unirse a la fiesta.

El patio vecinal de la calle Marroquíes es inmenso. Aquí es imposible llevarse mal con los vecinos. Al lado, en la casa de Paso de la Lagunilla te das cuenta de que además de bellos, los patios son buena gente que te ayudan a cruzar al otro lado del barrio.

Cuando uno va caminando por las calles apretadas, amontonadas, laberínticas, calientes, agostadas, abandonadas unas, polvorientas otras, perdidas y antiguas de Córdoba va percibiendo su presencia poco antes de llegar. Merece la pena ir a los patios para vivir y merece la pena vivir para ir a los patios.

Quiero escribirle una carta de amor a los patios y no sé si he acertado.

Mi nombre es Ángel, os escribo desde Córdoba.

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