Eres criatura divina con apariencia humana, el motivo de mi creciente felicidad, la persona a la que deseo besar y acurrucar entre mis brazos. Eres la causa de esta carta que irradia amor, el que ambos nos profesamos.
Amor mío, nunca quise ni querré a nadie tanto. Todo cuanto hoy escribo, en casa encerrado, va dirigido a la niña de mis ojos, mi fuente de inspiración, mi compañera en momentos buenos pero también en los malos.
Aderézame con tu sonrisa, el tacto de tu piel o esos labios que tantas veces he besado. Regálame tu presencia cada noche, cada día... Dame un brindis de amor y despiértate conmigo, con los primeros rayos de luz inundando la habitación: envuelta entre mis brazos.
Concédeme mi mayor deseo: compartir nuestras vidas. Porque quiero que mis vivencias sean las tuyas y viceversa, caminar juntos por el parque cogidos de la mano, soñar con un cuento sin final hasta que la muerte nos sorprenda y obligue a separarnos.
Espero poder observar el paso del tiempo, hacernos mayores sin que ello sea un obstáculo, vernos con las cumbres nevadas y los rostros marchitos: el hecho de ser ancianos.
Más viviremos sensaciones nuevas, fundiéndose nuestros cuerpos, nuestras bocas y manos.
Seremos dos amantes del amor, dos modelos o emisarios de aquel que te empuja a mirar embelesado mientras contemplas una puesta de sol: símbolo de unión entre ambos.
Porque sinceramente te amo
Rafael Bailón Ruiz