Como en los cuentos da fábulas. No es extraño que en este punto más extremo de occidente haya peleas por quién es el impostor y quién el verdadero druida. Si hemos de decir la verdad, desde que Galicia existe también existe este dilema. Un conflicto que ha sido llevado a la política y, a la vez, falseando -adrede o por ignorancia- lo que fuimos y lo que somos.
Pero todos estos druidas hacen sus tesis en grandes despachos con techos abuhardillados, con paredes llenas de libros y una mesa en el centro repleta de papeles desordenados y con un ordenador. Ése es en teoría el centro de trabajo de estos druidas que, a decir verdad, pecan de vanidosos y soberbios.
Toda tesis que sale, o ha salido, de estos oráculos se ajusta más a la lectura de unas viejas y sobadas cartas de tarot que al pasado de nuestro pueblo. Y no digamos al presente, por no citar hacia el futuro que nos quieren guiar.
Solo se necesita un poco de paciencia y tiempo para poder comprobar que estos oráculos se han convertido en salas de simples echadores de cartas de a 20 o 30 euros por sesión.
Todo ha sido un camelo. Desde la lingüística, donde sus teorías son esperpénticas, aunque dominantes, como en política. En relación con esta última y su evolución, no ha sido más que una mala copia de lo que otros han puesto en práctica a los largo de la Transición.
Ahora, en momentos difíciles, surgen nuevos druidas. Y nadie sabe de dónde. Pero a diferencia de los viejos, los emergentes solo son pitonisas que no valen ni para echar las cartas del tarot.