Ha llegado una generación, una especie de profesionales de la cosa pública, a los que tenemos que tratar entre algodones. Para no ofender a los políticos, o a los que así se hacen llamar, no es preciso mucho ingenio o agudeza intelectual. Basta con citarlos. Día a día, frase a frase, van evacuando por su febril boquilla muestras de su bochornosa mediocridad. Palabras tras palabras, como si de pétalos se tratará, van deshojando ellos mismos la gran mentira que ellos son y representan. Otros, sin embargo, no. Hay que respetarlos. Por lo que son y por lo que representan, aunque no compartas nada de lo que predican.
He de reconocer, porque así lo creo, que el nacionalismo ha sido y es uno de los males de la democracia. Pero dicho esto y sin entrar en otros tipos de valoraciones, he de admitir que hay nacionalistas con talento; que lo han demostrado y, además, han dado muestras de ser grandes ideólogos, intelectuales y personas brillantes a la vez, cosa rara en esta especie.
Uno de ellos, sin duda, ha sido Xosé Manuel Beiras. Digo ha sido, porque el histórico dirigente ha puesto fin a su "epílogo político", proceso que comenzó con su salida del Parlamento gallego y la construcción de En Marea como espacio de confluencia para nacionalista y otros grupos de la izquierda populista.
Posiblemente nos hallemos ante el político más inconformista desde la reinstauración de la democracia. Un inconformismo terco que lo llevó a crear y destruir, a la vez, unas cuantas organizaciones o movimientos políticos. Es el gran desconcierto de alguien que, quizás, ni sus más próximos lleguen a conocer.
Existe cierto paralelismo entre Beiras y el papel que encarnaba el actor protagonista de la película de Michael Mann, ‘El último mohicano’. Quería el bien, pero no sabía si era indio o blanco.