Este fin de semana hemos visto a un político que nos recuerda ciertas imágenes del pasado, en las que además de pagar el autobús y el bocata a los de su cuerda, sigue instalado en ese vértigo de poder y, al menos lo que uno ve, con una buena falta de dignidad con sus conciudadanos. No se puede entender que los políticos sigan a la deriva mientras la ciudad que gestionan esté en el ojo del huracán por esa ambición personal y quién sabe de qué más. Los coruñeses tienen que estar rozando el palo del hartazgo más absoluto ante algunas cuestiones donde parece que les han tomado por tontos. Donde el PSOE, dirigido por una líder poco recomendable -en su más amplio sentido-, es una jaula de grillos -o de los bichos que ustedes quieran-. Y un PP que se parece más a un coro de góspel que a un partido político, carente de imagen e ideas, y que a estas alturas aún no se ha enterado que está en la oposición.
La dignidad de Coruña no se recobra con una simple efeméride cargada de una hipócrita autocomplacencia de la oposición por haberle ganado al alcalde Ferreiro la moción de confianza. La dignidad se gana cuando se cumple hasta el final ese rechazo aplastante al máximo regidor coruñés y sus políticas.
En el patetismo del PSOE, y también del PP, de haber ganado la cuestión de confianza solo queda la satisfacción de unos políticos absurdos que se conforman con eso. Porque de ahí a la dignidad no se atreven a dar el paso en ese escaso camino: la breve travesía de un mes. Periodo en el que la oposición debería invitar a Ferreiro a irse. Pero no será así. La oposición coruñesa tiene el mismo defecto que el alcalde populista: quiere proyectar una imagen de dignidad cuando en realidad solo es el foco del ridículo.