Hace años que mi viejo profesor de decía que el populismo tiene un don: ama tanto a los pobres que los multiplica. Qué razón tenía el ilustre maestro. Pero vayamos a los hechos.
Se empezó a hablar de populismo a finales del siglo XIX, expresión que quedó identificada en las siguientes décadas con algunos regímenes exóticos.Los mismos que visitan ciertos jóvenes que nos quieren enseñar a los que ya tenemos canas. Es decir, sin ideología real y que, parafraseando el eslogan del despotismo ilustrado, prometen falsamente que todo será del pueblo, aunque sin contar con él. Ahí está la deriva autoritaria de los pijos, estos hijos de papá y de mamá.
Pero, no nos engañemos, ha habido antes muchas señales de alerta, sin que los timoneles de la gobernanza de nuestro país hayan sido capaces de variar lo más mínimo el rumbo. Al contrario. El auge de partidos de corte populista ha sido imparable desde el estallido de la crisis económica.
Incluso, alguna política -corta en talla y también en ideas- se empeñó en ser la manager en la sombra de estos pijos y de promocionarlos en las televisiones para dañar al rival político y crecer ella. Si Dios le ha dado esa estatura, ella misma debería saber que no hay milagros para estiramientos naturales.
Pues bien, asistimos hoy a un escenario muy preocupante en el que formaciones populistas de todas las tenencias compiten con los partidos tradicionales, en claro declive.
La arrogancia de querer mandar, como la pequeña señora, nos puso en brazos del populismo.Claro que el que manda, pero por cansancio, ni le importa. Él lo que quiere es fingir que manda. Pero quien lo hace es la pequeña política. Y eso, sí es preocupante.