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Año Beethoven en Música y Letra: La cumbre sinfónica del genio

En la cuarta entrega del ciclo homenaje a Beethoven, Andrés Amorós desgrana las dos últimas sinfonías del maestro alemán.

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En el cuarto programa homenaje a la figura de Beethoven —nacido hace 250 años—, Andrés Amorós ha dedicado Música y Letra a “la cumbre final de sus sinfonías”. “Dos piezas muy distintas y comparadas contínuamente”, ha explicado, que en realidad no son más que una muestra palpable de las distinciones que siempre se remarcan entre las sinfonías pares y las impares del maestro alemán.

Mientras que “la octava es una obra aparentemente sencillita”, en palabras de Amorós, “que parece seguir los esquemas clásicos de Haydn y Mozart”, la novena es “una de las cumbres de la cultura occidental de todos los tiempos”. Lo curioso, sin embargo, es que tampoco se puede desmerecer la valía de la octava, ya que “está escrita casi al final de su carrera, con una madurez extraordinaria que la diferencia de la primera, por ejemplo”. “Es quizás la más alegre y despreocupada de todas”, explica el crítico, “compuesta sin embargo en una época muy dura para él”: justo en los años en los que su sordera ya era completa, después de haber tenido que hacer frente a una serie de contratiempos sentimentales y cuando se había visto sumergido en sucesivos vaivenes depresivos que le llevaron incluso a pensar en el suicidio.

“Él lo salvó todo gracias a la creación artística. Como diría Goethe, fue por el dolor a la alegría", y así, se dispuso a tontear con las reglas clásicas para romper sus límites y deleitar a la audiencia con una pieza que juega con las referencias, para remarcar de esa manera todo lo que la diferencia de ellas. En el programa se ha escuchado el tiempo primero de la sinfonía, interpretado por la Filarmónica de Viena bajo la dirección de Leonard Bernstein.

En contraposición con ese espíritu festivo, casi lúdico, la novena comporta la solemnidad de “una de las obras más grandiosas que ha creado el espíritu humano”. A Amorós le faltan calificativos. “Dentro de la música clásica, muy pocas piezas pueden compararse con la grandeza y con la dimensión extraordinaria que tiene esta obra”. Y para el crítico, la clave de su magnitud no se debe únicamente a su perfección técnica, sino sobre todo a su dimensión profundamente humanística, “todo ese espíritu heredero de los valores de la Ilustración, que promueven la dignidad, el respeto y la fraternidad”. 

Además, también resultó una creación innovadora en su época. La presentó en 1824, tres años antes de morir y tres décadas después de haber tenido la idea inicial de musicalizar la Oda de la Alegría de Schiller. El maestro introdujo entonces un coro y a un grupo de solistas, “algo no muy común, que fascinó a Wagner y que abrió el camino a tantos otros,como por ejemplo a Mahler”. ¿Pero en qué coincidían Schiller y Beethoven? Se pregunta nuevamente Amorós: “En que sentían vibrar en sus almas ese soplo ardiente que venía desde Francia, y que se resumió en el lema de la Revolución Francesa: Igualdad, libertad, fraternidad”.

En el programa han sido reproducidos el tiempo tercero y el “final apoteósico”, ese momento cantado en el que “Beethoven nos conduce a la bóveda estrellada”, quizás uno de los fragmentos más conocidos de la historia de la música. La grabación seleccionada ha sido la de la Orquesta de Chicago, dirigida por Riccardo Muti.

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