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Martes Literario

Una canción para Larissa y Aquel baúl

Andrés Amorós y Nuria Richart nos traen dos nuevos relatos, ambos basados en experiencias reales de los escritores. En los dos los abuelos tienen un papel importante. Uno mirando al futuro y el otro al pasado.

Martes literario. "Una canción para Larissa" y "Aquel baúl"

El audio empezará a sonar cuando acabe el anuncio

Una canción para Larissa

Esto de cumplir años, de tener hijos que también cumplen y siguen nuestra estela es lo que tiene como consecuencia, los nietos.

En el plazo de dos meses un compañero ha sido de nuevo abuelo de su segunda nieta. Casi me apetece a diario regalarle un babero... pero por miedo a que me lo ponga de sombrero aún me contengo... y no sé por qué.

Ayer nació la segunda de la saga, con lo que casi lo eché del puesto de trabajo para que disfrutara del momento mágico, pues estaba tan nervioso que había ido a las 5 de la mañana para ¡adelantar un poco lo del día! y estoy segura de que agradeció el regalo más que cualquier otra cosa, fue el encargado de darle el primer biberón a la peque, de hermoso nombre. Le pregunté el motivo del nombre y me dio la explicación: "Es verdadera la locura de mi hijo por esa canción, es la sintonía de su móvil de hace mucho".

Hoy llegó hecho cisco, habían ingresado a la peque por un pequeño problema, esperemos que quede en eso. La adjunto y yo le volvimos a echar de nuevo, "vete con ellos, allí haces más falta. Ya nos arreglaremos entre nosotras".

A mediodía me acerqué a Neonatos, nada de Unidad de Criaturas, para ver a la protagonista de esta historia. Ver aquella "cosita" y pensar que podía estar sufriendo por su situación me produjo tal revulsivo que busqué la mejor manera que tengo de comunicarme con un bebé en soledad, le canté una canción, su canción.

Lara estaba acurrucada, casi letárgica, y al poco de empezar a cantarle empezó a rebullirse entre su pañal dentro de la incubadora y abrió los ojos. Seguí cantando como si allí no hubiera nadie más que nosotras. Alguna madre que acompañaba a su hijo, también con problemas, me miró con una sonrisa condescendiente.

Al salir de allí, y ver al padre de Lara con los ojos cerrados de tanto llorar, le dije: entra y cántale su canción... verás como la nutre. Se la he cantado y ha respondido.

Creo que en ese momento no encontré mejor regalo que ofrecerle, y cuando crezca, porque la veré crecer, se lo contaré. O mejor... se la cantaré de nuevo.

Isabel Álvarez


Aquel baúl

Me había desplazado a Madrid para gestionar la venta de la casa de la abuela. No había vuelto a entrar allí desde su muerte ocurrida hacía ya algunos años, y cuando entré en aquel espacio silencioso sentí como si me sumergiera en el mundo de mi niñez. Me dirigí a su habitación, donde ella guardaba lo que llamaba "sus cosas", pequeños objetos que a mí, a mis cinco ó seis años me atraían sin remedio, pero que solo podía tocar muy de tarde en tarde. Era tal el aprecio que la abuela sentía por esas cosas, y tan poca la confianza que le merecía lo que llamaba mis "manos de trapo". Yo insistía tanto qué, a veces, me dejaba coger con cuidado una pluma con palillero de marfil o un abanico de encaje que yo me moría por agitar como veía hacer a las señoras mayores. No menos mágico era poder mirar a través de unos pequeños prismáticos de teatro.

Pero nada era comparable al poder de seducción que sobre mí ejercía en aquel tiempo el baúl. Aquel misterioso arcón que yo sabía que contenía, entre otras maravillas, su vestido de novia. También dormía en su interior el precioso mantón de Manila bordado en flores rojas y blancas, y aquel collar de delicadas cuentas que el abuelo le había regalado hacía muchos años.

Ahora todas aquellas cosas estaban allí, a mi alcance, cubiertas de polvo y de olvido. Casi no me atreví ni a tocarlas por miedo a que se deshicieran entre mis manos como entonces temía la abuela. Me pareció oír su voz delgada y suave llamándome cariñosamente "Maribel, manos de trapo", y entonces yo, que llevaba mucho tiempo sin recordarla, casi sentí su olor y sus manos menudas acariciando mi cabeza como cuando era una niña. Unas lágrimas de cariño y de nostalgia se deslizaron desde mis ojos y cayeron sobre aquel montoncito de encaje, casi deshecho, que era el traje de novia de la abuela.

Maribel Egido Carrasco

En esRadio

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