Pasó algún tiempo y, a pesar de vernos todos los días, apenas te presté atención; ambos seguimos creciendo, sin prisa, pero sin pausa, cada cual a su ritmo, pero siempre viéndonos. Aunque, con la perspectiva del tiempo, sé que ya en aquella época ya me querías y harías cualquier cosa para estar conmigo.
Finalmente, me di cuenta de que te quería tanto como tú a mí, aunque tardé algún tiempo más en saber cómo demostrártelo, pero lo cierto es que así empezamos a compartir muchos ratos todos los días.
Me diste lo mejor que tenías, ni tan siquiera protestabas cuando yo tenía un mal día y no me portaba del todo bien contigo. Incluso cuando empezó la enfermedad siempre estabas con ganas de verme y de que saliéramos a pasear juntos.
Recuerdo como me mirabas cuando te contaba mis problemas sin mover ni un músculo, con toda tu atención centrada en mí, como si no hubiera nada más en el mundo, ni siquiera tu enfermedad.
Aunque no te acompañó la soledad, toda mi vida sentiré no haber podido estar junto a ti cuando te llegó el final aquel lluvioso día de diciembre; pero siempre tendré tu recuerdo, y desde luego que nunca dejaré de guardar como un tesoro la única fotografía en la que estamos juntos los dos.
Muchos años han pasado desde entonces, pero tu recuerdo no ha desaparecido, y al final, he descubierto que tú eres la razón por la que no he vuelto a querer a otro perro igual que a ti, la mejor mascota que nunca podré tener.
Axterix