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Hoy escribes tú

El Catalejo

Andrés Amorós nos trae hoy un cuento digno de una novela negra de gánster titulado el Catalejo.

Hoy escribes tú, El Catalejo

El audio empezará a sonar cuando acabe el anuncio

El "signore" Donato Belloni, napolitano, hizo un gesto de hastío mientras trataba de desabrocharse el cuello de la camisa. Con mirada iracunda, recorrió la lujosa habitación del hotel. Sentado sobre la cama, mascando chicle sin pausa, estaba Lucio Caracabra, su hombre de confianza, que entretenía la espera viendo una película en la televisión.

En el otro extremo de la habitación, un tercer hombre estaba mirando a través de un catalejo de metro y medio de largo. Con una mano, sujetaba el anteojo de larga vista; con la otra, parecía escribir algo en un bloc de notas. Fuera, en las calles de Barcelona, era ya noche cerrada.

- ¡Baja ya esa televisión, Lucio, que me duele la cabeza! ¿Acaso piensas que yo soy sordo como ése? – Y Belloni señaló al hombre que miraba por el catalejo.
– Va bene, jefe, va bene!, Ahora le quito el sonido. Sabe, jefe... si yo supiera lo que están diciendo los actores de la película, si les pudiera leer los labios, no nos haría falta el Catalejo – dijo Caracabra.
– Sí, pero el Catalejo es mudo de nacimiento, y tú hablas demasiado. ¡Anda, mira a ver si ves algo ahí fuera!
– ¡Si es que no se ve casi nada! – Se lamentó Caracabra – Yo creo que siguen allí el capo colombiano y el patrón del barco... Luego parece que hay un tío de pie, junto a la puerta. Ése no estaba antes.
– Será un guardaespaldas que habrá traído la pasta. ¡Esos ya han cerrado el trato! – dijo Beloni.

Así debía de ser en efecto, pues en ese momento el Catalejo abandonó su puesto de observación con una amplia sonrisa y emitió varios gruñidos de contento, agitando su cuaderno de notas. Enseguida, con su mímica veloz y portentosa, les comunicó que todo había salido a pedir de boca, que la información que había anotado era muy valiosa, pero que tendrían que esperar unos instantes mientras él escribía un extracto.

– Este Catalejo es increíble. No habla una palabra, pero te lo dice todo. ¡Lo entiendo a él mejor que a ti!
–Es un tío muy listo. – dijo Caracabra –Lo toma todo en taquigrafía y luego lo resume. Me acuerdo cuando espió a aquel comisario que nos andaba pisando los talones. Aparcó su furgoneta frente a la comisaría donde solían tomar café los inspectores de policía y se enteró de todo lo que tramaban dos días antes de la redada. ¡Si no llega a ser por él nos trincan! Y ahora, con el Colombiano, se ha enterado de todo lo que hablaba con el patrón del barco que ha traído el alijo.

– Es un verdadero profesional. Hace su trabajo, coge su dinero y no lo vuelves a ver. Eso es lo que no me gusta de él, que es demasiado... demasiado...
– Independiente – completó Caracabra – Pero, jefe, con él no hay peligro de que se vaya de la lengua.

Poco después, el capo Belloni escuchaba lo que Lucio Caracabra le leía con cierta dificultad:

"Alijo de quinientos kilos de heroína pura en el barco White Seagull de bandera panameña fondeado en el puerto de Barcelona. La heroína está escondida en el interior de seis bidones de grasa consistente. Fecha de desembarco: 5 de agosto a primera hora de la mañana. El furgón se dirigirá a un almacén de maquinaria agrícola, donde se preparará la droga para su distribución. La dirección del almacén es..."

El extracto se interrumpía en ese punto, por lo que Belloni y Caracabra dirigieron sus miradas al sordomudo, que sonrió con astucia y frotó el índice y el pulgar para recordarles que quería su dinero.

– Saca la tela, Caracabra.

Caracabra se desabrochó la chaqueta, sacó un sobre no muy abultado, y contó diez billetes de quinientos euros.

De inmediato, el Catalejo escribió una dirección en un trozo de papel.

– Has hecho un trabajo cojonudo – le felicitó el capo Belloni. Y enseguida ordenó a Caracabra que le esperara con el coche a la puerta del hotel.

Mientras su hombre de confianza retiraba el coche del aparcamiento, Belloni hizo varias preguntas para conocer más. Con toda celeridad, el sordomudo escribía las respuestas y se las entregaba al capo.

– Parece que esos siguen reunidos – dijo antes de marcharse. Mira a ver lo que dicen y le das el resumen a Caracabra.

Lucio Caracabra se apeó del coche blindado en cuanto su jefe salió a la calle. Belloni parecía tener mucha prisa, así es que le dio órdenes en ráfagas salivosas:

–Llama a Marsella y que envíen seis hombres bien armados. No quiero que el Colombiano piense que fuimos nosotros los que dimos el golpe. Es mucha heroína y habrá para todos. Esos siguen hablando, entérate de lo que dicen. Y como el mudo sabe demasiado, mátalo.
– Pero, jefe... – pareció objetar Caracabra mientras el capo introducía su corpachón obeso en el coche. Antes de cerrar la portezuela, Belloni insistió:
– Cuando termine el mudo, mátalo. Usa el silenciador, y no olvides quitarle el dinero.

Lucio Caracabra abrió y cerró la puerta de la habitación sin hacer ruido. Se acercó al sordomudo y le puso una mano en el hombro.

– El jefe dice que me entregues a mí lo que hablen esos pájaros. Tranquilo, no hay
prisa. Yo voy a seguir viendo la tele. ¿Sabes tú lo que están diciendo en la película?

Sin vacilar, el Catalejo escribió en un papel: "No sé. Hablan en inglés".

Lucio Caracabra se sentó en el sillón y elevó el volumen del televisor. Unos minutos
después estaba tan enfrascado en la película que perdió todo contacto con lo que ocurría en la habitación.

El ruido de los cascos de los caballos y de los rifles de repetición no le permitieron oír los pasos sigilosos del sordomudo, que se acercó hasta situarse detrás de su sillón. Por eso se sorprendió tanto cuando el Catalejo puso delante de sus ojos un papel manuscrito.

– Ah, ya está – dijo el Caracabra cogiendo el papel y leyendo con ojos desorbitados lo que estaba escrito en él:

"Esos siguen hablando. Así es que entérate de lo que dicen. Y como el mudo sabe demasiado, mátalo."

Lucio Caracabra sintió que se le erizaban los pelos del cogote al notar algo frío en la nuca. Pero ni siquiera oyó el ruido del disparo. Al fin y al cabo, parecía haber salido del televisor.

Ricardo Hernández Carrascal

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