Cada día a tu lado ha contado, incluso cada minuto podría traernos un recuerdo; alguna hora, además, nos arrancará, para siempre, una lágrima o una sonrisa. Si lo piensas bien, atesoramos ya una historia juntos. Hemos compartido tantas cosas...
Hemos viajado por cuatro continentes y decenas de países persiguiendo juntos la belleza que este mundo nos regala en un paisaje, tratando de atrapar esa perfecta puesta de sol, de contemplar el pueblo más hermoso, de darnos el beso más tierno al borde de un acantilado o hacer el amor bajo la luna llena en la playa.
Bien sabes que no todo ha sido fácil. También hemos sufrido juntos. Recuerdo interminables días de hospital tratando de ser lo suficientemente fuerte para que pudieras apoyarte en mí. Ocultando mis ganas de llorar por no despertar tu desesperanza. Recuerdo el miedo a no saber qué podría suceder, el vértigo de pensar que podía perderte para siempre.
Tampoco puedo olvidar todas las discusiones, todas las aristas de tus miedos que he tenido que limar, con paciencia casi siempre y con algún resoplido cuando has rozado mis límites. Me acuerdo de la punzada en las entrañas que me traía tu perenne falta de confianza, tus eternos y absurdos celos, tu empeño en quebrar la paz.
Recuerdo, por supuesto, nuestra intimidad. Las peleas de cosquillas que te arrancan la risa más escandalosa y a la vez más linda, revivo la paz de contemplarte mientras duermes, de rozar tus cálidos labios por las mañanas y sentir tus besitos en mi espalda por las noches. Los azotes, los pellizcos, los mordiscos, los mil nombres con que nos bautizamos.
Pero sobre todo, llevo enterrado en mi alma ese instante en que tu mirada verde se clava en mí, entre agradecida y enamorada, haciéndome creer que algo habré hecho bien y que todo ha merecido la pena, haciéndome sentir un hombre.
Puedo recordar tantas cosas... eso sí, en todas ellas te recuerdo siempre a mi lado.
Te amo.
Guillermo.