El camino largo, accidentado y sombrío, deja buenas recompensas, hoy lo sé. Pequé de tonto y apurado, corrí antes de caminar y por ende, caí. Rodé, como dicen por ahí... Alguien debió decirme: ¡No desesperes, muchacho!
Perdido en ilusiones vacías, en romances efímeros, en pasiones no compartidas, viví. ¿Que si estoy arrepentido? No, no lo estoy. Perdona, pero no; haber fracasado tanto me ha servido para diferenciar lo auténtico de lo falso.
Nunca te olvidé ¿Cómo podría...? Un pálpito en mi pecho martillaba sin cesar, gritando tu nombre; un sentimiento vivía en mí, alimentándose de gratos recuerdos cual larva hambrienta. Un velo cubrió mis sentidos y musas llegaron a mi vida, pero ninguna como tú. Ninguna de labios tersos y piel de seda, ninguna con curvas armónicas y sonrisa gentil. Nadie ocupó tu lugar, nadie... Pueden reprocharme haber desbordado inspiración, que no lo negaré.
Río con amargura, fríos recuerdos llegan hasta mí -¡Bah!- Carecen de importancia.
Quise tomar atajos en la búsqueda del amor, todos lo hemos hecho, ignorando viejos adagios que hoy tomo por ciertos: Al final del día todos los caminos conducen a Roma. Amada mía, ambos tropezamos y caímos colina abajo mientras buscábamos la felicidad, claudicamos ante la más burda ilusión, fuimos tontos. Siempre te amé y siempre me amaste. La inmadurez y el miedo retrasaron la convergencia de nuestro amor, ya maduro y pletórico de valentía he decidido lanzarme a por ti. Hoy soy feliz pues te tengo a mi lado y aunque vengan mil obstáculos, los sortearemos todos, juntos.
Por siempre juntos...
Ni fantasmas ni nuevos espectros lograrán separarnos...
Roma, aquí nos tienes...
Daniel