Me quedé un rato pensando a qué olías tú, a qué olía el asiento, si me estoy volviendo loco, obseso, grosero, fetichista, porqué tengo tanta suerte, a quién debo de agradecérselo y cómo, y no duermo, no puedo dormir, y lo mejor es que me olvide de ti y que no le de tanta importancia a que te quiero tanto, que te trate como si cual cosa, porque si no perderé por completo el equilibrio, ya que no soy capaz de entender porqué aquel día alguien como tú se acercó a alguien como yo y me dio eso que los entendidos llaman amor.
Y es que fue de ciencia ficción. Aquel día me había fijado en ti. Me acerqué sólo un par de veces a hablar contigo. Observé lo perfecto y excitante que te quedaba el pantalón. Tú me mirabas algunas veces y tu mirada me traspasaba como si fuera un rayo láser negro. Tu piel blanca iluminaba el alma más escondidita y tu sonrisa arrancaba a dentelladas la tristeza a golpes de piel rosa.
Cuando me preguntaste si te podía llevar en coche me subieron las pulsaciones mientras yo trataba de que no se notara. Y cuando dijiste que porqué no te llevaba a la playa pensé ya está, se acabó, me acabaré derritiendo. Luego añadiste tu sentido del humor y la inesperable sorpresa de tu prudencia.
Y no dormía, no podía dormir y soñé contigo.
Y hoy que están las cosas tan caras, las oportunidades tan controladas por los mercados, las emociones fuera de cotización a bolsa y el amor con la prima de riesgo por encima de quinientos, tengo guardado aquello en la vitrina que el recuerdo utiliza a veces para las joyas más buenas.
Y ahora te lo muestro un poco en forma de carta de amor al recuerdo de aquel día. Olé.
Ángel Ojeda