Con tus idas y venidas en el trabajo, con tus miradas, con tus conversaciones, con tus vestidos (¡mmmhhh, qué bien conjuntas!), me he enamorado de ti.
Es una sensación desagradable, porque escapa a mis fuerzas y a mi voluntad, pero es a la vez maravillosa. En realidad, no se puede explicar.
Has conseguido que vuelva a soñar con una. Has conseguido que sueñe contigo y, encima, que el sueño sea casto. En él jugueteábamos y flirteábamos no más allá de entre sonrisas e idas y venidas en el trabajo, y té cojo la mano y sonriéndome me le vas soltando poco a poco, siempre todo para que no se note mucho, pero al final quedan los dos dedos índice de la mano izquierda de cada uno juntos y no se separan y nos quedamos un rato riéndonos otra vez a la vez que nos miramos pero muy de soslayo para que no se note mucho.
Los compañeros del trabajo a la vez van y vienen y nos sonríen amablemente como conociendo y dando por supuesta la situación. Carreras mías para allá, carreras tuyas para acá en las que siempre acabábamos cruzándonos y no perdonando un buen cruce de miradas acompañadas de comentarios que venían a colación o no.
Cuando me desperté, ay, muy agradecido, como acostumbro cuando sueño así. Y volví a la pena de no tenerte, que espero sea efímera.
Sólo falta una cosa, que anules la boda que tienes anunciada en abril con ese chico y te cases conmigo en Mayo. Querida Sultana de Cual. Te quiero.
Inevitablemente y, por ahora, tuyo, Fulano de Tal.