Hoy salí al encuentro de adjetivos, de verbos y adverbios, vestido con tus caricias y con una sonrisa que me llenaba la cara.
Me encontré de frente con la sierra, esa sierra que corona los sueños en los que cada día salgo a buscarte. Apacibles montes, esos que esperan a nuestras huellas caminando juntas, en los días que vendrán, donde tomillos y romeros, rebosarán aroma para impregnarnos el alma y la piel.
Arriba, arriba encontré el cielo... ese cielo que arropó mis miradas, confundidas de noches y de días, ese cielo al que entregué mis tristezas... ese cielo al que no reparé a dejarme asombrar de la infinita belleza de los anaranjados atardeceres, de los días de lluvia, de las noches estrelladas y los trazos de los dibujos de sus nubes...
Y en mi deriva, mojé mis pies el río, ese río que ocupó muchos días, el lugar del amigo que siempre escucha. Ese río que me devolvió en su ir quieto, un cerrar de ojos para destilarme una suave melodía que lograba conquistarme de sosiego...
Pero ni rastro, ni rastro de las palabras que hoy salí a buscar. Salí a buscarlas para que se deslizaran hasta tus oídos, pero siguen escondidas, allí donde mis dedos y mis labios no alcanzan a seducirlas, allí, allí donde adormecidas, me esperarán en el espacio que separa un sin embargo de un quizás...
Pero mientras, aquí y en este ahora, mis paisajes solo me invaden de un alborozado deseo, un alborozado deseo, de querer compartirlos contigo...
Tuyo,
El Mosquetero