
Hace poco leía en una página sobre TDAH algo que me hizo pensar: qué humana es esa necesidad de encontrar consuelo en las vivencias de otros.
Saber que no somos los únicos que perdimos un avión, que llegamos el día equivocado al médico o que dimos vueltas dos horas buscando el coche en el aparcamiento, nos alivia.
No porque resuelva el problema, sino porque nos recuerda que equivocarse forma parte de la vida.
Cuando a un hijo le diagnostican un TDAH, ocurre algo parecido.
Uno busca ejemplos, referencias, historias que sirvan de mapa. Quieres creer —y comprobar— que hay otros que pasaron por lo mismo y salieron adelante.
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