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La mentira como fin

Los tres magnos regidores comprobaron que con 400 palabras las ansias de poder de su líder bajaron igual que cuando uno tira de la cisterna.

Jornada maratoniana, tiempo perdido, aburrimiento y, al final, ni los novios se besaron. No está la cosa para celebrar la boda del pueblo y los españoles para que se les tomen el pelo. Pero allá, a la capital del Reino, se fueron los tres alcaldes del cambio. Ferreiro dejó aquí el Audi A6 de 65.000 pavos, el chófer y el escolta; Suárez, quién sabe lo que dejó este señor en Ferrol; y Noriega, supongo, habrá pedido a esos chicos de las revueltas que esperen a su regreso. Y si hacen algo, que traten de usar la "resistencia pasiva".

Pues sí, los tres grandes de Galicia presenciaron el espectáculo más esperpéntico que se recuerda desde la reinstauración de la democracia. Arriba, en el gallinero, desde donde siguieron el circo, pudieron comprobar que con tan solo 400 palabras las ansias de poder de su carismático líder bajaron igual que cuando uno tira de la cadena de la cisterna del retrete. Como digo, los magnos regidores fueron solo. Aquí dejaron a un noble con corona, pero sin título.

Como ya observaba Maquiavelo, la mentira es una formidable arma política porque la verdad resulta mucho más difícil de creer que la fabulación. Hasta grandes hombres como Alejandro y Julio César no dudaron en utilizar la mentira para lograr sus fines, aunque tuvieron la inteligencia de no abusar de ella. Algo que el populismo ‘enxebre’ no ha comprendido, no está a la altura.

Por eso, en poco tiempo, la mentira trajo la peligrosa deriva en la que ahora se ve En Marea -la muleta gallega de Podemos-, que derivará en una crisis con la deserción entre señores y plebeyos. Un episodio que pone en claro lo que cada vez era más evidente. Porque su único fin era tocar poder, y servirse de él. Pero peor que mentir es aburrir, y los populistas hacen las dos cosas.

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