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Disturbios como el de Santiago no se improvisan, surgen como un objetivo final

Hablar de policía o medios “represores” es un desvarío. De la democracia no se debe hablar mucho; la democracia está para cumplirla y respetarla.

Distubios por el desalojo de un centro okupa en Santiago. | XOÁN REY / EFE

Muchos nos preguntamos cómo un simple desalojo se convierte en una batalla campal, primero, y después en una serie de disturbios a los que es difícil ponerles solución. Entre otras cosas, por la escasa colaboración del gobierno local compostelano y de los partidos afines, que forman parte de ese conglomerado de siglas llamado En Marea. Al desafío no podía faltar el BNG, va en su ADN. Todas estas organizaciones dicen defender el sistema democrático pero, por su tibieza ante hechos de extrema gravedad, la pregunta es qué clase de democracia. Lo que está claro es que "revueltas" como las de la capital gallega no se improvisan, surgen con un objetivo final.

Santiago es una ciudad más donde se han dado este tipo de acciones contra el sistema. Pero no porque su gobierno sea "amigo" o tenga tibieza hacia ciertos temas, que las tiene. No, también se dan en urbes gobernadas por partidos claramente contrarios a este tipo de fenómenos de carácter insurreccional. Porque es lo que son.

Los okupas no "expropiaron" la casona de la zona vieja compostelana el día antes de que se procediera a su desalojo por orden judicial. Tampoco estos "inquilinos" llevaban morando entre sus viejas paredes semanas; venían desarrollando sus "actividades" en el inmueble ‘okupado’ hacía años.

Desde la "expropiación" ningún gobierno, ni antes ni ahora, ha hecho nada para solucionar el problema. Fue la justicia, a través de la denuncia del propietario, la que tuvo que poner orden donde no la había.

Preguntas y respuestas

La pregunta que todo el mundo se hace es cómo se produce una batalla campal durante un desalojo sin gente a la que desalojar -el local estaba vacío-. La siguiente, todavía más kafkiana, cómo se monta una revuelta con grandes disturbios. Ambas tienen la misma respuesta: la permisividad de cierta clase política, que alienta a ciertos grupos antisistema -en beneficio propio, quizás- y las técnicas utilizadas por movimientos que tienen estudiado todo el mapa de ‘okupaciones’ y dónde puede estallar el conflicto.

Solo con ver las imágenes ofrecidas por los diferentes medios se confirma la presencia de este tipo de grupos violentos, formados por encapuchados que tanto destruyen el inmobiliario urbano como -si pueden- todo aquello que se les ponga por delante.

Solo una anécdota

Los disturbios de Santiago son más que una anécdota. La forma de actuar es la misma que en otros lugares. Se aprovechan de los colectivos de jóvenes, cuyas protestas -en principio- no van más allá de eso, para "actuar desde dentro" y "ganar adictos" entre los teóricamente "pacíficos" manifestantes. Es decir, su violencia prende en los considerados manifestantes "normales" que consideran que han logrado su objetivo cuando una marcha legal y pacífica se convierte en una batalla campal. Y en Compostela se han dado las dos cosas: no había convocatoria legal para manifestarse y que la protesta terminó como querían los violentos: con disturbios en los que participaron "algunos" de los que por allí "pasaban".

Tampoco lo de Santiago nada tiene que ver con una ‘kale borroka’ (lucha callejera). Este movimiento persigue un fin determinado y el antisistema otro muy distinto. Tan distinto que está organizado para provocar un cambio radical en el actual sistema democrático.

Las nuevas herramientas, como ocurre con el populismo, hacen un trabajo fundamental. El mensaje en las redes sociales es claro: el caso de Santiago muestra el camino para lograr los cambios de los poderes públicos: exigirlos. Podría ser uno de los centenares de ejemplos. Lo que aparentemente quieren transmitir, es que los disturbios que se registraron en la capital gallega responden a una acción, que puede ser la del colofón o la incitación de otras manifestaciones. La intención es que los mensajes en las redes se "muevan".

Existen algunas tesis sobre estos fenómenos que se vienen dando desde hace unos años. Al margen de las fuerzas políticas que señalaba en su comunicado el Sindicato Unificado de Policía (SUP), que lo hacía únicamente por considerar impropio el comportamiento del gobierno compostelano y organizaciones afines a él con sus compañeros heridos en los disturbios, sí existen otras teorías. Por ejemplo, que este tipo de acciones centran el efecto que en el futuro cree que tendrá este caso en las urnas.

Otros fines

Pero ante la preocupación de que este tipo de movimientos y acciones se intensifiquen -está convocada una protesta para el sábado, día 10 de junio- convendría que la sensatez volviera a los dirigentes políticos. Sobre todo a aquellos que están gobernando y que no quieran hacer del municipalismo un trampolín para otras metas. Sería algo muy grave.

Existe, además, otra razón más grave que debe corregir el alcalde compostelano -los demás también, claro- como principal actor, no en los desórdenes, pero sí en su actitud irresponsable sobre ciertas afirmaciones y en la insistencia cansina en pedir -no exigir- explicaciones sin dar un solo argumento para ello.

Estamos en tiempos en los que hablar de la existencia de una policía "represora" es solo una demostración de desvarío, como lo es hablar de un poder mediático "represor".

La "represión" -o como se la quiera llamar-, sin embargo, sí la ejercen algunos grupos políticos desde la minoría queriendo imponer, sin ningún tipo de consenso ni criterio, cuestiones que se alejan de los principios más elementales de un sistema de libertades. Y, sin comprenderlo -el sistema de libertades-, se apoyan en él y en la democracia, más.

Por eso, no entienden lo fundamental: de la democracia no se debe hablar mucho; la democracia está para cumplirla y respetarla.

Y Martiño Noriega tiene un problema muy grave. Cree el alcalde de Santiago de Compostela que él y los que piensan como él son los únicos demócratas y defensores de las libertades. Está completamente equivocado. Tanto en este caso como en otros ha demostrado que el diálogo, del que tanto le gusta hablar, no es ninguna imposición. Debería reflexionar.

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