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Circo y política

Un día más y nada que reseñar. Salvo que al pleno de O Hórreo faltó la cabra y la escalera. Porque los políticos y los del circos sí comparecieron.

Podríamos comenzar una crónica parlamentaria con el aviso urgente de que una manada de jabalíes sueltos se pasea por el Campus Sur de Santiago. Será porque a poca distancia de allí estos animales salvajes se asustan; no por lo que ven, sino por lo que escuchan. Y no es para menos.

Verán. El único milagro que ansiamos una mayoría de los mortales es que el Día Mundial del Circo sea declarado permanente o se celebre cada vez que coincida con una sesión en el Parlamento gallego. Al menos, así sabríamos de qué va todo esto de la política, los políticos y sus connotaciones con el circo.

Aunque parezca una estrambótica comparación, no la es. En realidad, la política oficial y el circo representado por una oposición trasnochada no son espectáculos tan diferentes. Se basan en el truco y en cierta habilidad para sorprender a los incautos. Tienen ambos, políticos y circo, oficios algo de riesgo y osadía. Y detrás de las ideas descabelladas, del ruido de los exabruptos que se dedican se esconden hipocresía y falta de respeto a la ciudadanía. Es en lo único en que no se parece al circo. Aunque bajo esa gran carpa metan al AVE o al temporal.

Además del circo semanal, los políticos están en una campaña electoral permanente porque se juegan su pertenencia a esa clase o la gran compañía circense. Por eso, escenifican en O Hórreo discursos y poses que, descamisados, utilizarán el fin de semana en ese itinerante espectáculo que ofrecen por los pueblos gallegos. Donde toman el aperitivo, que paga el paisano.

Ayer, como otro día cualquiera, nada que reseñar. Salvo que al pleno de la Cámara gallega faltó la cabra y la escalera. Porque los políticos y los del circos sí comparecieron.

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