Uno de los fenómenos más llamativos del debate de investidura de Núñez Feijóo ha sido la banalización del discurso político en favor de una roncería mediática. Esto centro los aspectos más anecdóticos de las propuestas de los tres portavoces de la oposición. No tenemos nada en contra de los políticos que acuden a la Cámara para hacer más guiones mediáticos que propuestas serias y responsables. Esto, en todo caso, sería algo a pensar por sus votantes. Pero al menos deberían tener dignidad y no cobrar por actuar en vez de trabajar.
Las imágenes televisivas del hemiciclo de O Hórreo eran delatoras de que parte de sus señorías trabajaban más con las redes sociales que en intentar enriquecer el debate político en beneficio de Galicia. Y por ese mismo filtro -el de la caja tonta- muchas veces es más fácil saber cuál es la lectura favorita de un determinado diputado que su opinión sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones. Claro, algunas señorías aún no saben el problema demográfico que tenemos en nuestra tierra.
Asistimos a un casi definitivo triunfo de la imagen sobre el discurso, de la anécdota frente a lo sustancial. Y crean. No estamos reclamando el regreso de las "viejas" formas decimonónicas, cargadas de retórica pomposa e inútil, pero sí de la necesidad de que nuestros políticos trabajen para lo que los hemos elegido y pagamos.
Una pena el debut del exmagistrado: enmienda en legado de Feijóo y anuncia lucha "en la calle" contra su política. Es decir, convertirse en adalid de la agitación social. Curiosa conversión la de un árbitro de la Ley, que no acepta el reparto democrático que a él le tocó.