Esto de la política se mide por encuestas, sondeos y otras cosas al estilo que han creado los gurús que lo saben todo. Pero los métodos de esta especie de nuevos chamanes, además de fallar más que una escopeta de feria, no son necesarios para saber cuándo un político está o no amortizado. Por mucho esfuerzo que ponga el chamanismo alucinógeno, no hay que recurrir tampoco al CIS. Las urnas son la mejor prueba.
Todo el mundo es conocedor de que el PSOE está más roto que un pantalón remendado mil veces. Y que ese roto lo han provocado sus dirigentes, con sus políticas estrambóticas y contrarias a lo que fue o debería ser este partido desde 1979: una organización de centro izquierda. Pero sus chamanes y sus brujerías querían ver el más allá. Un más allá pobre en lo material y en lo social. Y son los ciudadanos los que han percibido ese empeoramiento en las propuestas y, por supuesto, también en las prácticas de estos nuevos chamanes de la política.
De ahí que la desconfianza sea significativa hacia la llamada vieja política que quiere compartir métodos con la nueva que, a decir a decir verdad, es más vieja que la otra.
Cuando esto ocurre, la pérdida de confianza de la ciudadanía hacia el partido es un hecho que no tiene vuelta atrás, al menos, durante un largo tiempo. Por una razón sabia, los ciudadanos han asimilado una determinada percepción de desconfianza hacia los líderes que llevaron al PSOE a esta situación. Líderes, como la cándida Pilar Cancela y otros, que aún no se han enterado que ya están amortizados políticamente.