Si alguien creía que el enorme favor que Feijóo y el PPdeG hizo a Rajoy con la contundente victoria del 25-S sería recompensado en el reparto de carteras ministeriales, se ha equivocado. Como se equivocan si creen que habrá algo sobre la agenda gallega.
Rajoy, nada proclive a sacar conejos de la chistera, se ha fabricado un Gobierno continuista para demostrar que nadie le marcará la legislatura. Solo deslumbra en el arte del escapismo: cuando parecía sepultado y maniatado por las urnas, casi condenado a la asfixia, reapareció en escena con las manos libres y la oposición boquiabierta. Rajoy ha dejado claro que no tolerará que nadie, ni aliados ni abstencionistas, le marquen la agenda. Y que siga la función.
La legislatura presenta dos problemas. El primero consiste en la obtención de mayorías parlamentarias. En este sentido, y para facilitar la entente con los socialistas, Rajoy podría haber incorporado como gesto a algún ministro independiente que simbolizara el diálogo y un cierto giro centrista. No ha sido así.
El Gobierno es monocolor, continuista, no muy diferente del que sufriríamos si el 26-J el PP hubiera quedado más cerca de la mayoría absoluta. El Gobierno de España es el gobierno de Rajoy, y punto.
Lo único entendible es que Rajoy creara un Gobierno provisional, para unos meses. Si las cosas marchan puede seguir gobernando. Pero se vería obligado a acometer grandes cambios, no previstos por él, sino forzado por otros partidos. En definitiva, quiérase o no, estamos antes un Gobierno provisional.