Los partidos que logran una mayoría absoluta suelen padecer una patología política. Dejando la medicina legal a un lado, la podríamos llamar el síndrome de inmunodeficiencia social, y como simples ciudadanos del común bautizarla como autismo. Cierto que es un autismo engañoso. Es la enfermedad que tienen estos partidos para hacer lo que quieren cuando quieren y sin dar explicaciones de nada. Incluso, ni a los demás partidos los tienen en cuenta. Es el autismo político.
Es una enfermedad de la que han pecado, al menos, dos partidos en nuestro país: PP y PSOE. Cuando ese virus es curado, con la medicina eficaz del voto, el partido "sanado" se vuelve víctima y no comprende que el adversario político no piense como él porque, entre otras cosas, pronto se olvida de cuando padecía de autismo.
Es evidente y admisible que los políticos no pueden entender todas las peticiones de la ciudadanía y de otros partidos, porque pudieran ser contradictorias con sus programas, pero deben demostrar que las escuchan y que están dispuestos al diálogo para alcanzar algún acuerdo. Pero solo lo hacen si no tienen mayoría absoluta o patología de inmunodeficiencia social, que nosotros, los del mundo mortal, la llamamos autismo.
Además de este síndrome, los partidos con mayorías absolutas suelen usar y abusar de personajes parcos en el arte de la política. Son conocidos como los dóberman, que ladran más que hablan. Y los ladridos del dóberman suelen esconder el diseño de una campaña que puede llevar de nuevo a un no deseado autismo a quienes vuelven a disfrutar de esa mayoría absoluta. Abrir la perrera a un dóberman para hablar de "escoltas" es un error, y más grave lo es volver a confundir a las personas con los números. La política es humanizar y conciliar, no lo contrario.