Los intentos de combatir la pobreza con ayudas económicas han fracasado, porque están hechas en dirección de quienes las prestan, que han de recibir por ellas un beneficio político. Ni los expertos ni los que se dedican a la cosa pública han solucionado esta lacra. Al contrario, las fórmulas ofrecidas hasta ahora solo han lograda acentuar el grado de desigualdad.
La clase media no es un país, es un mundo. Aristóteles, el padre de la ciencia política, aseguró que la mejor comunidad política es aquella en la que el poder está en manos de la clase media porque confina los extremismos políticos a un papel marginal, da estabilidad y ayuda al crecimiento económico. Pero lo cierto es que la crisis, junto con unos políticos descerebrados, se llevó por delante la clase media y, aún sin recomponer, trajo una nueva crisis: la desigualdad social.
Las diferencias en las remuneraciones salariales son una de las causas de la ampliación de la desigualdad en la distribución de la renta que ha tenido lugar en muchas economías desarrolladas, como la nuestra, en los últimos tiempos. La crisis ha ensanchado notablemente las diferencias, de la mano no solo del elevado desempleo, sino también de las devaluaciones salariales.
La radiografía del informe del INE es preocupante en cuanto exhibe un dibujo que afecta directamente a la calidad de vida de los ciudadanos, sobre todo a los más desfavorecidos. El estudio no pone en tela de juicio la estructura autonómica en general. Pero es tajante al afirmar que la desigualdad de la renta sube en Galicia por segundo año consecutivo y alcanza su nivel más alto desde 2008. Pese al incremento, el INE indica que está todavía por debajo de la media nacional. Todo un consuelo, pero solo para una parte de los gallegos.