La crisis de la República romana obedeció a conflictos internos. Pero tampoco amainaron las amenazas de los enemigos eternos, frente a los que se forjó un implacable militar dispuesto a imponer su autoridad sobre sus rivales políticos aun a costa de la disolución de la República. Para nadie es un secreto que al PSOE y a su marca gallega, el PSdeG, le pasa lo mismo: una fractura entre plebeyos y patricios. Y la llegada de un nuevo Julio César, encarnado en la persona de Pedro Sánchez, que su obsesión por el poder lo llevará a destruir al PSOE.
Galicia no es ajena a este fenómeno, como lo atestiguan ejemplos recientes: el escándalo del cese de su último secretario general por motivos judiciales, el desprestigio de los socialistas que se echaron en manos de su enemigo eterno, el populismo de Podemos y las mareas, y las guerras internas por el poder.
Lo más deprimente, para quienes aún creen en el PSOE gallego, es que sean las refriegas internas las únicas novedades que ofrece a la ciudadanía un partido que de espirar a todo se ha quedado en nada.
El 25-S los gallegos tuvieron la oportunidad de constatar, tras los resultados, qué tan desprestigiado está el PSdeG. Y que allá por octubre, como quiere Sánchez, será una buena oportunidad para saber en qué estado de salud se encuentra el PSOE.
Para evitar una guerra civil, como la que enfrentó a Mario y Sila, el Partido Socialista debe actuar con energía para librarse del lastre que lo identifica como un partido agónico.