Preparada por la crítica de la Ilustración y la emergencia de una burguesía que quería el poder, la Revolución francesa fue un extraordinario experimento político, un intento de hacer tabla rasa con el pasado y crear un régimen nuevo que hiciera realidad los ideales más avanzados del siglo XVIII. Subvirtió las bases tradicionales del antiguo régimen y permitió a la triunfante burguesía hacer realidad los ideales de la Ilustración, pero desembocó en el terror y, finalmente, las guerras napoleónicas derribaron viejas dinastías y sembraron, al mismo tiempo, la semilla de los nacionalismos románticos.
Aquellos graves enfrentamientos entre el viejo y el nuevo orden francés se pretenden escenificar en la España de nuestros días. El populismo -bajo el paraguas de Podemos y otros grupos esperpénticos- y el nacionalismo independentista se han convertido en la política "referente" en un país en el que los partidos tradiciones -lastrados por la corrupción y la cobardía- han sido incapaces de reaccionar de lo que se nos venía encima. Es más, fueron los verdaderos culpables de la actual situación.
El populismo tiene dos objetivos: hacer tabla rasa de la Transición del 78 y abrir el camino de la III República. Y ese nacionalismo "romántico" -emergente en Galicia en 1982- pretende, como primer paso, convertir en "nación" la Comunidad gallega. Es decir, aliados en esta cruzada pretenden cargarse la Constitución y abrir el camino hacia la independencia de las comunidades.
Cuando los representantes públicos se han convertido en el principal problema de la actual situación, estamos ante un experimento político que no sabemos hacia dónde llevará al país.