El adelanto electoral para el 25 de septiembre no ha cogido a nadie por sorpresa. Entre otras cosas, porque la política de Feijóo se ha vuelto muy previsible. Otro tema no lo es tanto, y aunque esté estudiado es muy preocupante.
La marcha de Feijóo si pierde el gobierno en las próximas elecciones autonómicas del 25-S solo puede interpretarse como una huida planificada. No sabríamos precisar si hacia adelante, ya que el poder de un presidente autonómico es mucho poder.
Si consideramos que Feijóo está en condiciones de afrontar con garantías una tercera investidura, lo que dijo de que “descarta ser jefe de la oposición” si pierde el gobierno, se trata de una escapatoria estratégica para, al mismo tiempo, descolocar a la toda la oposición y meter ese nerviosismo que suele atacar a los partidos políticos cuando, abriendo el melón de sus problemas internos y su improvisación, se desorientan más.
Pueden ser comprensibles los motivos que han llevado al presidente gallego a tirarse de cabeza a una piscina sin agua: un reclamo a la moderación de un PSdeG desnortado y de un Ciudadanos, que no acaba de salir de los líos que tiene en Galicia, en busca de “ayuda” para no ser desalojado del palacio de Monte Pío.
De cualquier forma, lo que más choca de su decisión, cogiendo el tren si hacer las maletas, es que contradice abiertamente lo que siempre había pregonado: que contemplaría la próxima legislatura trabajando y pensando solo en Galicia.
Pero su huida, aunque solo sea una “táctica” no es original. Todo lo contrario, siembra incertidumbre entre sus potenciales votantes y, sobre todo, en su propio partido.