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Prestigio y mediocridad

Desgraciadamente, la actividad política y los políticos se han convertido en una sucesión de ocurrencias de imagen, propaganda y demagogia.

Para conocer a fondo la calidad de nuestros representantes electos, del signo que sean, basta con leer ‘El hombre mediocre’. Un librillo que nos sitúa frente a la preocupación ética y moral de los idealistas, y nos invita a valorizar la dignidad individual y prevenir acerca de la rutina domesticadora y generadora de servilismos. Es, más o menos para entendernos, la esencia de la obra de poner al desnudo la mediocridad.

Porque la crisis actual, no solo económica, está inmersa en la calidad de la clase política. Por desgracia, el nivel de los dirigentes, estén en el gobierno o en la oposición, no evitan las crisis. Sin embargo, una sólida estructura de líderes responsables permite reducir sus efectos o acortar su duración. Incluso aunque no consiga lo uno ni lo otro, logra reforzar el ánimo de la sociedad e inspirar confianza en medio de sacrificios y penurias.

Lamentablemente, la ciudadanía carece en este momento de recursos de semejante naturaleza. En su lugar, la actividad política se ha convertido en una sucesión de ocurrencias de imagen, propaganda y demagogia, propiciadas en buena medida porque la política no está sometida a controles exigentes por parte de la opinión pública, ni los propios partidos políticos se sienten concernidos por un criterio selectivo basado en la capacidad y el prestigio.

Por desgracia, 103 años después la obra de José Ingenieros está vigente. Pero la culpa la tiene la ciudadanía, que pasa de todo.


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