Tras la histórica debacle del 20-D, los dirigentes del PSOE se han conjurado para mantener la discreción interna, pero no lo han conseguido. Sánchez, en vez de asumir su responsabilidad, jugó a ser presidente del Gobierno.
Si en las generales del 26-J se repiten los mismos resultados, la capacidad de Sánchez para resistir al frente del PSOE es inviable. Ya ha habido brumosos movimientos internos cuestionando su figura, y su equipo más cercano ha contribuido a ello.
Por eso, si dentro de un mes se confirma el declive, la crisis del PSOE estará servida. Incluso su posición como partido histórico. Lo que dejará a la izquierda en manos de un grupo de partidos que, más que izquierda, es un populismo que no sabe hacia dónde va.
Muchas son las causas del decaimiento de la izquierda moderada. Algunas de ellas son imputables a los éxitos de una derecha que, ahora también en horas bajas, hace unos años presumía de abanderar la libertad y el progreso.
Pero la crisis del PSOE se ha trasladado con fuerza al PSdeG. Sus bandazos fueron enormes: su falta de identidad, el apoyo a los populistas en las principales ciudades gallegas y sus luchas internas cada día con las heridas más abiertas, ponen a los socialistas gallegos al borde de convertirse en un partido residual en Galicia. Pretender abrir ahora otra batalla sucia con los candidatos a las primarias es un error que pagará el PSdeG, pero sobre todo Galicia.