La celebración del Primero de Mayo ha servido de escenificación para el arranque de la larga campaña electoral tras la lamentable incapacidad de los partidos para formar Gobierno.
Más allá de algunas imágenes insólitas vividas en las diferentes ciudades gallegas, la jornada estuvo marcada por la presencia de unos líderes políticos que se apuntan a todo con tal de salir en la foto y, además, de por las genuinas reivindicaciones netamente laborales, también por los mensajes puramente electoralistas.
Esta casi desapercibida celebración del Primero de Mayo, es la constatación de la pérdida de influencia del sindicalismo en la sociedad. Las manifestaciones fueron casi testimoniales y las palabras de los dirigentes apenas tuvieron eco social.
Todo ello se ha producido en vísperas de la disolución del Congreso y del Senado y la convocatoria de nuevos comicios para el 26 de junio, poniendo fin, así, a una legislatura absolutamente estéril no solo desde el punto de vista meramente legislativo sino también respecto a todo lo que tiene que ver con la cultura democrática y que ha minado aún más la confianza de los ciudadanos en los partidos y en los políticos.
Una legislatura, la que ahora finaliza, inexistente en la práctica pero que sin duda va a tener un importante coste económico, además del político. Y, por supuesto, que vamos a pagar todos los ciudadanos.
Una vez asumido el fracaso y el regreso a las urnas, es necesario mirar hacia delante extremando, eso sí, la exigencia democrática a los dirigentes y formaciones para que el nefasto espectáculo de estos últimos cuatro meses no vuelva a repetirse.
Pero tanto los sindicatos como los partidos políticos deben acometer una reconversión y una regeneración urgente y necesaria.