PSOE y Podemos celebraron una nueva reunión cuando se cumplen exactamente cien días de las elecciones generales del pasado 20 de diciembre. Fue el mejor reflejo de la muy limitada profundidad política con que se ha venido desarrollando el proceso de formar gobierno. Lo visto en Madrid se ha repetido en la Cámara gallega, donde la oposición cargó contra Feijóo para que se pronuncie si será candidato o no a la reelección a la presidencia de la Xunta. El caso es que ninguna de las formaciones con presencia en O Hórreo tiene candidato, pero exige al partido gobernante que se pronuncia. Es la nueva política de los memos.
Menos mal que la clase política tiene la fortuna de contar con media docena de personas de calidad que mantienen el pulso. Pero la crisis ha coincidido en el tiempo con una rápida expansión de memos que difunden falsas creencias y, en el mejor de los casos, un discurso gratuito.
Con un panorama tan complejo resulta singularmente notable la cantidad de indocumentados que, subidos al carro de la ignorancia, se quieren convertir en líderes. Son como los viejos caciques, aquellos pequeños caudillos que tenían como único objetivo expropiar la tierra para hacerse con el poder.
Más allá de la "democracia" que pretenden incubarnos, los clanes que emergen en los partidos nuevos se asocian con los césares de probeta de las viejas organizaciones con el fin de crear lo que ellos llaman el gobierno del cambio. O lo que es lo mismo, un cambio de libertades por un control de partido. Son las pequeñas aportaciones que, en sus discursos y hechos, estos menos de la nueva política quieren hacerse notables.