No hay distinciones concretas entre realidad y ficción, ni entre lo verdadero y lo falso. Pero la mentira debería inhabilitar para el ejercicio de cualquier cargo público porque quiebra la confianza de los ciudadanos en sus representantes.
Uno de los puntos del acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos que más polémica ha provocado es el de la supresión de las diputaciones. El debate no es nuevo. Desde que la crisis económica puso en evidencia que España tenía una estructura administrativa demasiado gruesa y costosa que había que aligerar y abaratar, las miradas se volvieron hacia estas corporaciones, quizás porque es la administración que menor peso político tiene frente al Estado y a las autonomías.
Pero si hoy en día los pequeños núcleos rurales tienen bomberos, abastecimiento de agua o servicios sociales y culturales se debe, en gran parte, a las diputaciones, que son una administración más cercana y descentralizada de los gobiernos autonómicos. Por tanto, se puede decir que las diputaciones son más que necesarias y que, con un pertinente adelgazamiento y una decidida reforma, podrían continuar con una labor que, en términos generales, ha sido positiva y necesaria.
Por eso, y porque también son un vivero de votos, el presidente de la Diputación coruñesa, el socialista González Formoso, ha cambiado su discurso. El 25 de febrero, Formoso era partidario de suprimir estos organismos provinciales; ayer mudó, y se mostró un fervoroso defensor de los mismos. Dejémoslo en una simple contradicción, que está entre lo verdadero y lo falso.
