En el debate de investidura, como es lógico, hubo dimes y diretes. Incluso, circo. Pero hemos visto algo ruin desconocido en cualquier sistema democrático.
En todos los ámbitos de la vida, el término cruzar la línea roja implica una transgresión que tiene una doble perspectiva: por un lado, quien la realiza efectúa un salto cualitativo importante del comportamiento que convertirá a cualquier acción correcta en incorrecta, lo moral en inmoral o, incluso, lo legal en ilegal; mientras que, por otro lado, se contempla una parte activa y otra positiva. Evidentemente, si existe una parte perjudicada, dicha acción queda descalificada automáticamente por sí misma.
Pues bien, el líder de Podemos ha vuelto a cruzar esa línea roja. Porque hasta ahora, que uno recuerde, nadie se había atrevido a lo que hizo este memo metido a político. Y es que un imbécil llamado Pablo Iglesias se ha atrevido a utilizar la tribuna del Congreso para acusar a Felipe González de enterrar a la gente en cal viva. Claro que unas horas antes, el jefe podemita ya había calentado el ambiente defendiendo la salida de la cárcel del proetarra Arnaldo Otegui, al que calificó como "preso político" y que su libertad "era una buena noticias para la democracia".
Incapaces de modular sus voces, los políticos totalitarios suelen utilizar la agresión verbal en sus maneras y formas tan solo por buscar el aplauso por la más pequeña de las imbecilidades que digan. Lo triste es el buenismo de ciertos medios con este hatajo de cretinos y del comportamiento complaciente de los demás grupos políticos. Y así nos va.