El nuevo mapa político marca un punto de transformación a partir de ahora del que ya no es posible que los grandes partidos se escondan como si nada hubiese ocurrido. Renovación, transparencia y erradicar la corrupción, son las tres prioridades inmediatas. Fundamentales si quieren sobrevivir.
No es la primera vez que desde las trincheras de las grandes formaciones se dispara con puntería sobre las direcciones sobreponiendo los intereses de los ciudadanos a los de los partidos. Pero estos ataques rebeldes solo salen a la luz cuando los resultados son adversos y el pastel no llega para todos.
Cuestionar liderazgos y la idoneidad de ciertos dirigentes pasó del susurro a un clamor frente a la obstinación para no emitir una tenue señal del mensaje que recibieron las direcciones de los partidos tras los comicios de diciembre. Ahora solo cabe enmendar esos errores. Pero lejos de renovarse, los partidos caen una vez más en la trampa: se engañan a ellos mismos y tratan de engañan a la ciudadanía.
Se entiende por reforma un cambio profundo. No entra, por tanto, en la lógica que se confunda renovación con premiar a los funcionarios de los partidos. Porque los que ahora aspiran a ser esa renovación tienen un perfil común: el único mercado laboral que conocen es el del partido; o son cargos institucionales y del partido desde hace más de una década. Por eso, alguno concibe la política como una carrera. Y así es dudosa la renovación.