Es curioso, pero los populistas -los de la verdad auténtica y única- reconocen la dificultad de probar la existencia de Dios. Incluso cuando la ciencia no es capaz de negarla. Pero para un ateo esto es lo normal. Lo anormal es ya lo que piden los de Podemos -y en Galicia más-. Porque con el erótico número de diputados que han sacado, lo único que pueden pedir o exigir es un buen revolcón. Porque en el fondo, sentados o en cualquier posición corporal, son solo eso: un simple número erótico.
Y en eso andan los de Podemos. Porque aunque lo ignoren, ese torbellino sexual solo tiene dos salidas: que nos haga reír o que nos envuelva en la violencia del abrazo. Y esto último no creo que sea compartido por la mayoría de la ciudadanía. Entre otras cosas, porque es violento en sí.
Tenía razón Monedero cuando, preocupado antes los cambios de la formación podemita, reaccionaba y le escribía a su amigo Pablo: "Sin amor no se puede hacer política". Y el mensaje de Monedero era claro. Porque él sabe que el erotismo y la política tienen lecturas diferentes: la primera es una metáfora de la sexualidad; la segunda, una trampa de alguien que solo cree en su única democracia.
Como decía Groucho Marx: "No es la política la que crea extraños compañeros de cama, sino el matrimonio". Y el 69 es el número más erótico para atraer a esos matrimonios extraños.