Desde las primeras elecciones de la restauración democrática los partidos mayoritarios han mirado para otra parte y ahora nos encontramos ante un problema más que complejo, preocupante. Sin duda, este "régimen" de partidos ha mirado más por su supervivencia y por el poder que por ir tomando decisiones serias para evitar lo que ahora tenemos encima: ingobernabilidad y caos.
La democracia se degrada cuando los partidos no responden a la libre convicción de los electores, cuando las reglas se ponen en entredicho y cuando el interés de los partidos está por encima del interés general. De ahí a la situación actual solo hay un paso.
Por eso, hay motivos fundados para encender las alarmas. Por un lado, salta a la vista que hay un amplio sector de la sociedad que no solo ha perdido la confianza sino que está dispuesto a pagar los costes de cualquier pacto que ponga en entredicho el resultado de las elecciones del pasado domingo. De otro, están los que han votado a ciertos partidos y ven como sus votos son utilizados fraudulentamente por interés de esos partidos que se los "regalan" a otras formaciones.
Son alianzas que no estaban en el guión. Porque ninguno de los partidos que quiere jugar con la confianza que en él han puesto aquellos que los han votado lo llevaban en su programa electoral y tampoco lo han explicado en la campaña.
Una vez más, ciertas formaciones prefieren el interés partidista en vez del general. Y el engaño suele pasar factura. Como ahora.