Lo de Pontevedra es insólito. Y la primera consideración que ha de hacerse de la agresión contra el presidente del Gobierno es que tiene un claro móvil político inducido. No se trata de un episodio de delincuencia común o de un jovenzuelo inmaduro, sino de matonismo ideológico puro y duro que lleva el sello de los intolerantes.
Es natural que muchos sean los ciudadanos que no comparten la política del Gobierno ni del PP, pero habrá que preguntarse si el ambiente de crispación y agresividad que ciertas formaciones han fomentado contra Rajoy y su Gabinete no habrá servido de coartada a los matones de turno. Aunque en este caso, solo sea uno: un jovenzuelo descerebrado, intolerante e imbécil.
El mismo interrogante vale para algunos ilustres políticos, que suelen utilizar la Cámara gallega para lanzar improperios que, en vez de velar por la seguridad y tranquilidad de los políticos y de los ciudadanos, echan leña al fuego y se convierten en verdaderos pirómanos de la política.
Y si esto se hace en plena campaña electoral, no es extraño que aparezcan los matones políticos para cometer actos que los retratan a ellos y a quienes les calientan la cabeza.
En cualquier democracia estable sobran los matones, y España no es una excepción. Aunque algunos no se quieran enterar.