Desde el histórico 28 congreso federal, el PSOE ha perdido sus señas de identidad. No fue extraña la famosa espantada de Felipe González, porque sabía lo que se venía encima. Y porque había que estar allí para observar como la delegación gallega, arengada por Paco Bustelo, exigía la autodeterminación de Galicia, a la vez que presentaba una propuesta a la ponencia política que se posicionaba más a la izquierda del PCE de Carrillo.
Ahí comenzó el calvario de este PSOE, que quiere ser más nacionalista que los nacionalistas y más extremista que el sector más radical de Podemos. Han pasado décadas y siguen con lo mismo: falta de identidad y complejo. Muchos complejos.
Por eso, el PSOE puede obtener los peores resultados electorales de su historia, por no ocultar lo que es más grave, que corre el riesgo de perder su estatus de partido de referencia de la izquierda española en favor de una nueva formación de carácter populista a la que está otorgando carta de naturaleza política, pese a su condición de grupo antisistema.
Solo desde el retorno a la centralidad, que ha sido la referencia ideológica de la socialdemocracia, puede el PSOE aspirar a recuperar el espacio político perdido. Lo contrario es, como se viene observando, disolverse en una amalgama de fuerzas radicales, que preconizan la revolución, donde la voz cantante la llevan otros. Y todo por falta de identidad y mucho complejo.