Todos la piden pero nadie la cumple. No existe voluntad. Entre otras cosas, porque reducir el sistema democrático a una mera cuestión de poder constituye una forma radical de equivocarse. La razón de este error estriba en que la política se ejerce, efectivamente, mediante el poder, pero se legitima gracias a la autoridad, es decir, a la credibilidad de que goce el político que ostente en cada momento la titularidad legítima del poder. Y uno de los factores que contribuyen más y mejor a esa credibilidad es cuando se desarrolla con tal transparencia que permite su control.
La aparición reiterada de escándalos de corrupción introduce el germen de la desconfianza y de la sospecha en la vida pública; y desata el consecuente y grave deterioro del prestigio de la política y de los políticos, lo que dificulta la labor de estos. De ahí la importancia enorme de la transparencia en el presente momento, cuando diversos casos de corrupción perturban la democracia, al introducir factores de crispación y enfrentamiento en la vida pública, y erosionan la posición de los dirigentes políticos, al inocular con carácter general la sospecha en la percepción de su quehacer.
Con la ley de transparencia los ciudadanos tendrán acceso directo y fácil a la información. Es decir, facilitará aquella pulcritud en la gestión sin la que resulta imposible la autoridad moral que exige una acción política merecedora de tal nombre. Por eso, extraña la "abstención técnica" del PSdeG a la iniciativa del Gobierno gallego para aprobar una nueva ley de transparencia. Como siempre, los socialistas siguen sin definirse en nada.