En 1648, los príncipes alemanes se hicieron casi independientes y los poderes del emperador, puramente honoríficos. Lo que siguió luego fue una trayectoria más dramática, de continuas mutilaciones territoriales. Esto es lo que algunos quieren traer a nuestros días, un simulacro de aquella Guerra de los Treinta años que supuso una fractura horrorosa para el imperio.
Y como aquellos príncipes, desde hace década, aquí también las subvenciones económicas y los sobornos políticos con se tentó a los que dirigieron este país por parte del nacionalismo estuvieron siempre al orden del día, y han servido para que esos grupúsculos acabaran pisoteando la soberanía nacional sobre la cohesión territorial.
Y es que ese nacionalismo, condenado históricamente por la llamada izquierda democrática, ha sido alimentado, sobre todo, por partidos progresistas que han perdido su total identidad.
Ahora, más de trescientos años después, esa agrupación política formada por nacionalistas, podemistas y falsos progresistas, quiere reconstruir el Sacro Imperio, cuyo objetivo, dicen, es la "unión" y “diversidad” de las regiones. Es decir, volver a la Edad Media para formar un imperio que nunca se convirtió en Estado nación. Entre otras razones, porque los nuevos príncipes quieren tener el poder sobre el pueblo. No nos engañemos, es el único fin del nuevo Sacro Imperio.