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Transfuguismo

El caso de Martínez no es transfuguismo. La solución es su expulsión. Pero el bipartito quedaría en minoría y ya sabemos lo que puede venir luego.

Con la que ha montado el alcalde de Becerreá en la Diputación de Lugo, votando en contra de su partido y con reuniones clandestinas en gasolineras con la líder de la oposición, tiene razón Darío Campos en llamarle tránsfuga. Porque ese término califica la conducta de Manuel Martínez.

Claro que este es un fenómeno que requiere una serie de valoraciones, que ni socialistas ni nacionalistas son objetivos al hacerlas. Porque, tránsfuga es aquella persona que pasa de una ideología a otra. Y en el ámbito político, se le define como una persona que con un cargo público no abandona este al separarse del partido que lo presentó como candidato.

Es decir, en sentido literal, el asunto de Martínez sería un caso curioso, pero no de transfuguismo. Sin embargo, en el contexto político en el que nos movemos todos los ciudadanos, hay que acotar mucho más el significado del término.

Por lo tanto, el tránsfuga sería aquel político que, tras haber sido elegido mediante un sistema electoral que obliga a votar a los ciudadanos en listas cerradas, abandona el grupo en el que se constituyó el partido en el que concurrió a las elecciones y opta por mantener el escaño, inscribiéndose en otro grupo distinto.

Este no es el caso de Martínez. Pero su comportamiento, al romper sistemáticamente la disciplina de voto y apoyar a la oposición tiene otro nombre: caradura. Por tanto, solo hay una solución: su expulsión. Pero el bipartito quedaría en minoría y el resultado de lo que puede venir ya lo conocemos.

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