Sin entrar en las causas de fondo de las movilizaciones del lácteo, la mayoría de los ciudadanos contempló con una mueca de desaprobación, rabia e impotencia algunas acciones vandálicas contra las industrias. Claro que no es casual que detrás de un sector demasiado atomizado aparezca una amalgama de siglas y organizaciones agrarias que, por conocidas razones, se aprovechan de la situación para hacer su política. Un fenómeno que no es nuevo.
El caso es que el vandalismo en estas protestas, que cuentan con antecedentes, dejó un desagradable sabor de boca, y refuerza la convicción de que es preciso dotarse de herramientas que permitan evitar su repetición. Porque el vandalismo de un grupo de energúmenos, desautoriza las protestas legítimas.
Creemos que la mayoría de los ganaderos estima inadmisible acciones vandálicas de modo sistemático. Pero son también la mayoría de los ciudadanos los que estiman que las organizaciones agrarias tienen la obligación de contener y erradicar los excesos violentos.
Porque, aun considerando complicado equiparar este tipo de vandalismo y las movilizaciones de los productores, es necesario estudiar fórmulas que frenen las conductas excesivas. Hay, por tanto, que acometer cambios para cortar de raíz los excesos de los violentos. No se puede permitir que un grupo de energúmenos se conviertan en la nueva ‘kale borroka’ del lácteo.