El comienzo de este nuevo curso político ha destapado claros síntomas de una enfermedad que necesita con urgencia cuidados paliativos. El Ejecutivo de Feijóo lo ha intentado con el llamado sector lácteo, pero sin los resultados esperados para sacarlo de la UCI. Y ese contagio pasó a la sanidad pública.
Más de mil tractores tomaron Lugo y decenas de miles de personas reclamaron en Vigo dimisiones por la gestión del nuevo hospital. La casuística de estas protestas será muy similar a las que vendrán. Porque los promotores -toda la oposición-, se unirán en un frente común desde la calle, que es el mejor escenario, contra el Gobierno del PP.
Hasta ahora, la oposición no desaprovechaba cualquier foro para dejar constancia de ese frente común contra todas las políticas del Gobierno gallego. Pero no dejaba de ser algo testimonial y, además, del papel lógico que le corresponde ejercer a la oposición. Pero la jornada de ayer no ha sido de carácter testimonial, sino una escenificación de lo que se avecina.
De todo esto también tiene culpa la actitud del Ejecutivo autonómico. Porque parapetándose y no explicando bien la situación, no desmiente a quienes aprovechan la ocasión para ver en esa intransigencia un "castigo" político a los ganaderos y a la gestión sanitaria, de la que dependemos todos los gallegos.
Lo que no entendemos es que Feijóo permita a dos conselleiras jugar con su futuro político y con la paz social a las puertas de unas elecciones. Porque la credibilidad del presidente también está en juego. Y lo de ayer tan solo fue un ensayo.