Pasan los días, meses e incluso años y nada se hace. Surgen protesta espontáneas, políticos que hacen un parón para la fotografía de turno, pero luego parece que se mira para otro lado. El caso de Brión, poco tiempo después del asesinato de las dos niñas de Moraña y de los crímenes de Arbo y Ourense, nos muestra la sobrecogedora sucesión de muertes de mujeres a manos de sus parejas ha elevado el número de víctimas de la violencia machista.
Es la dramática confirmación de la impotencia social e institucional frente a una lacra que no se logra contener y que estremece la estadística: 800 mujeres asesinadas en España en los últimos doce años.
De hecho, las denuncias apenas se reducen de año en año, sino que aumentan, mientras crece la preocupación por el incremento de situaciones de acoso y maltrato también entre los jóvenes. Pero los límites a la concienciación contra una lacra como la violencia machista no deben ser inabordables. No en vano emergen de un caldo de cultivo en el que la violencia del hombre hacia la mujer no es sino la última y fatal consecuencia de la laxitud hacia la desigualdad que, por desgracia, aún permanece mucho más latente entre nosotros, incluso en las generaciones más recientes.
Por eso, solo desde la asunción sin una sola duda, de forma individual, nítida y pública de ese compromiso se podrán superar las barreras que el impulso institucional en pro de la igualdad, como base irremplazable de la lucha frente a la violencia machista, tiene que penetrar en la sociedad.