Pues nada. Después de escuchar esta mañana el debate en el Parlamento español, donde un patético Rajoy sigue hablando de números en vez de personas y con una oposición que utiliza el discurso de Tomás Moro en vez de la lógica, qué quieren que les diga. El caso es que en Galicia los partidos han vuelto a las andadas. Han puesto de manifiesto que la trastienda sigue activa, clandestina. Y para perder el mínimo posible de las poltronas acumuladas ahora se proclaman apologistas de una regeneración interna que el ciudadano medio no puede apreciar. Básicamente, porque se trata de una inútil declaración de intenciones -muy interesadísimas.-
La prueba fehaciente de que la necrosis institucional está lejos de subsanarse, el Senado o los órganos dependientes del Gobierno autonómico se han convertido en cementerio de elefantes al que van a parar ciertos políticos y tanatorios, donde se prepara al personal de confianza. Y esto lo hemos visto en el acuerdo de los dos grandes partidos gallegos. Pacto pergeñado en esa trastienda, con oscurantismo y pócimas caducadas.
El caso es que todo depende del cupo que tenga cada partido para colocar al clan más próximo a los que mandan -ya sea en el cementerio de elefantes o en el tanatorio-. Entre otras cosas, y la más importante, por el salario.
Sin embargo, la censura social, fruto sin duda de gestiones erráticas, se ha tornado por arte de birlibirloque en premio a una clase política y a los mancebos de ésta, hasta el punto de que la Cámara alta -a la que rechaza ahora, por motivos jurídicos y por imposición de su partido, el señor Besteiro- y los demás órganos autonómicos conviven estas especies a extinguir. Pero con buenas nóminas.
Más allá de esta clamorosa instrumentalización de las instituciones como una agencia de colocación, toda una vergüenza absolutamente dañina para la democracia por el enchufismo y la falta de ejemplaridad que conlleva -como la colocación de la jefa de prensa del señor Besteiro en el consejo de la CRTVG-, la cuestión vuelve a radicar en el rol decorativo de unas instituciones de dudosa operatividad.
La política debe ser un fin para mejorar la vida de los ciudadanos, no un medio en beneficio partidista, que es como lo han entendido los partidos políticos.
Unos partidos que han acuñado dos tremendos términos para la política: cementerio y tanatorio. Macabros de por sí, si no fuera que están destinados para una mejor vida de políticos y mancebos en este mundo, y no para preparar el viaje final para el más allá.
Es hora de que los partidos hagan política de verdad y no usen ni abusen de la ciudadanía. Sobre todo en tiempos difíciles, donde deberían mostrar su transparencia y honradez.