El PSOE está atravesando una de las peores, sino la peor, crisis de su larga historia. Y no solo nos referimos al serio problema de identidad, que ya no puede ocultarse por sus evidentes posicionamientos, sino por la crisis ética y moral que corroe la esencia misma de lo que dice defender.
Los ejemplos diarios de esta descomposición están a la vista: desde los pisos patera de Santiago hasta la defenestración del exministro de Justicia Francisco Caamaño, pasando por los líos de Ourense, sin olvidar del caso Orozco y una larga lista de imputados. Y, a todo esto, hay que sumar la sorprendente imputación de su secretario general, José Ramón Gómez Besteiro. Investigado por supuestos delitos contra la ordenación del territorio y, si la divinidad no lo remedia, políticamente amortizado.
El PSOE gallego presenta síntomas letales contra su propia supervivencia. Y aun así sigue por el camino perdido. Por esa senda que lo llevó Besteiro. Porque el poder admite cambios.
Pero el síntoma más letal es la indiferencia ante la inestabilidad política a la que ha llevado a las principales ciudades gallegas. Eso sí, sin pudor, argumenta que es para regenerar la política.
Toda esta descomposición de identidad del PSdeG ha sido admitida por sus hechos, errores que pagará en el futuro inmediato. Si esta situación no se revierte y no cambia radicalmente su forma de hacer política, el PSOE pasará a ser una fuerza minoritaria en Galicia.