"He sido el hombre más poderoso del mundo, pero también el más traicionado." Así comienza Publio Cornelio sus memorias en ‘La traición de Roma’. Es como narrar el épico final de la vida de los personajes más legendarios de la historia. Porque los eternos amigos se convierten en eternos enemigos. Y esto le pasa al César de Lugo en vísperas del Arde Lucus.
Primero, como César, recibe la puñalada de un Brutos encarnado por un Besteiro al que él mismo aupó a la categoría de cónsul de las legiones socialistas. Y segundo, los infieles de las Mareas anuncian una cruzada laica contra la Ofrenda al Santísimo, al que se tendrá que encomendar Orozco si quiere seguir en política.
El problema al que se enfrentan ahora los socialistas lucenses es buscar una llanura fuera de murallas para recrear una nueva Batalla de Filipos, donde los fieles se tienen que enfrentar a los traidores que asesinaron al César.
No es para salir en defensa de Orozco. Porque él mismo sabe que si fuera un buen César sabría que los plebeyos le perdonarían sus posibles descuidos, pero no lo tribunos. Y esto, lo mismo que le pasó a Sócrates, es un paso previo para un leve trago de cicuta.
No es cierto eso que se dice que en democracia pactar no es traicionar. Si un acuerdo es para el beneficio del interés general y sin adulterar los programas e ideologías, vale. Pero si es para medrar personalmente tiene un nombre: traición. Y Besteiro ha venido demostrando que su política va muy pareja a la de Brutos. Leal con el César hasta que él quiere ser el único César.