La cúpula de los populares gallegos mantuvo su "cumbre". Hablan de renovación de equipos, de políticas y de actitudes. Pues muy bien. Suena a cura de humildad. Además de todo esto, que suena bonito, suponemos que la dirección del PP gallego hará sus propios análisis sobre los resultados electorales y sobre la pérdida de miles de votos y apoyos en las principales ciudades de Galicia.
Pero creemos, sobre otras razones y responsabilidades internas o personales que se puedan asumir, que al PP le ha lastrado su negativa a abrir los ojos a la realidad de una sociedad gallega que había ya cambiado sus inquietudes, necesidades y demandas mientras el partido seguía anclado en los mensajes y que todo estaba arreglado.
La prepotencia de sentirse inamovible en el poder le ha impedido ver que su discurso y su tiempo parecían cada vez más viejos e inútiles para una buena parte de los gallegos. Pero ni por esas se enteró.
El PP no cambió nada cuando Galicia ya había cambiado. La nefasta gestión de los recursos públicos, con escándalos de corrupción, el empeño en seguir como si nada hubiese ocurrido, el encierro sin concesiones en un mensaje agotado, el empecinamiento en querer construir una Galicia a su forma y la falta de tacto con los demás grupos políticos amparándose en su mayoría absoluta le ha llevado a una derrota. Porque la pérdida de apoyos del PP sí se puede considerar una derrota por un cúmulo de errores.
Ni el recurso de unas inversiones que nunca se vieron, o las que se vieron distaban mucho de las prometidas, convencieron a un electorado cansado de todo. Todo esto, y la maniquea división entre sus barones, lo llevaron a un fracaso sin precedentes.
El problema no es que el PP haya perdido la hegemonía, lo preocupante es que con su exceso de confianza ayudó a sacar de las tinieblas el viejo fantasma de la inestabilidad política en Galicia. Y eso, sí es lo más grave.