Síndrome de inferioridad
El populismo "come" de muchas maneras: si la razón del localismo es la crisis identitaria o de inferioridad política, Caballero no tiene excusas.
Es cierto que la actual estructura territorial de Galicia puede y debe ser revisada. Pero utilizar este argumento como escusa contra el resto de las ciudades gallegas es un síntoma de desvarío político e intelectual.
También es cierto que los periodos electorales constituyen tradicionalmente el caldo de cultivo perfecto para que los dirigentes políticos den rienda suelta a un irresponsable populismo, incompatible con la deseable gestión de los recursos de los contribuyentes. Pero cuando el populismo va de la mano del localismo el cóctel puede explotar en cualquier momento.
Como era de temer, en vísperas del 24-M, Caballero ha vuelto a reincidir en el aldeanismo político y recurrir al insulto velado hacia el resto de Galicia. Porque esto es lo que quiere transmitir un político creado al estilo del grupo que lo rodea.
El populismo, que no distingue entre latitudes o regímenes, sean estos autoritarios o democráticos, se ha instalado en el equipo de Caballero por distintas razones. Pero si la razón del populismo localista es la crisis identitaria o de inferioridad política, Caballero no tiene excusas. En Galicia, los populistas hace tiempo que abrieron el melón de la identidad localista y hasta llegaron a "reinar" durante décadas. Pero el tiempo puso a cada uno en su sitio.
Los populismos se alimentan de diversas maneras. Unos nacen del síndrome de inferioridad personal del "líder"; y otros, del localismo aldeano. El de Caballero, creemos, reúne ambos.
Debería el alcalde vigués mirarse en el espejo de su largo recorrido político, desde que ocupó el cargo de ministro hasta ser el candidato socialista a la presidencia de la Xunta que peores resultados alcanzó. Eran épocas alejadas del localismo, pero en las que también rozó el ridículo.
Por eso, más que un incentivo para el voto, el localismo aldeano e irresponsable de Caballero está creando un serio problema de convivencia entre los gallegos. Y es que, patológicamente, el síndrome de inferioridad debería estar prohibido para ocupar cargos públicos.
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